- agosto 29, 2017
- MORROPON
“LOS CHURRES”
(DE MI LIBRO "ENTRE ESPIGAS
Y PAÑUELOS)
José Luis Carlin Ruiz
…Llegué a Morropón, cuando tenía
5 años, en plenos aguaceros y crecidas de río, las
calles de Morropón parecían ríos, repletos de aguas turbias, agua de aguacero
que al caer, arrastraba piedras, y la tierra de las calles aun sin pavimento de
aquel Morropón, que despertaba al cantar los gallos y el chilalo, cuando la
“Mica”, encendía la emisora y animaba la mañana con “la contamanina”…
Llegaba la tarde y con ella los
aguaceros, “Huiman”, el hijo de la Sra Cruz, hacia barcos con las cajas de
cigarro, de los tantos que vendían en el quiosco de la plaza Grau, y les ponía
“velitas” al interior pa’ que se vean bonitos; se metía al agua y los colocaba
en medio de la calle y el barquito de caja de cigarro empezaba a luchar con la
corriente para que no lo voltee y la velita alumbraba temerosa en medio de la
tormenta, yo sentado en la vereda alta de la casa del abuelo miraba atento la
travesía del barquito y los “amigos de la cuadra” gritaban y corrían por las
veredas hasta llegar a la esquina y donde el barquito o bien volteaba por el
jirón López, justo en la esquina de Don Mario Rivas o seguía por la Dos de mayo
calle abajo… tal vez llegando a la plaza la “velita” ya se habría apagado o el
barquito se habría despedazado al humedecerse la cajita…
Llegó el tiempo en que debía ir
al colegio y auque eso es otra historia, tengo que recordar ahora el hecho de
haber “olvidado” la forma de llamar a mis “amigos”…al regresar del colegio le
contaba a mi mamá todo lo que había pasado en el colegio y hablaba de “mis
amigos”, mi “amigo” Walter, mi “amigo” Mañuco, mi “amigo” Javier... de todos y
contaba al detalle tantas cosas, que creo que “harta” paciencia debe haber
tenido mi mamá para escucharme porque yo hablaba y hablaba de mis “amigos”…
En el “Azul”, yo ya tenía muchos
amigos, y yo era de esos que no me gustaba salir a correr al patio y solo me
sentaba a mirar como mis “amigos” se agarraban a patadas y se revolcaban en la
tierra del patio y regresaban al salón con las camisas sucias, sin botones y fuera
del pantalón, la Srta Teresa Farfán, los regañaba, mientras mi “amigo” Javier,
me mostraba el dibujo que había pintado…
Los chilalos cantaban, el sol
salía y los días pasaban, llegaba a la casa y empezaba con mis historias del
colegio y hablaba de “los churres”, “el” Walter, “el” Mañuco, “el” Javier... de
todos “los churres” y contaba al detalle tantas cosas, que creo que “harta”
paciencia debe haber tenido mi mama para escucharme porque yo hablaba y hablaba
de “los churres”, seguro que mi mamá se detuvo en algún momento al notar la
forma en que nombraba ahora a “mis amigos” que ya no eran “los amigos” sino
“los churres”… había dejado de extrañar aquel patio de cemento y aquellos
jardines donde me sentaba en el verde grass y jugaba a pasar por los tubos
pintados de colores, subir a la resbaladora pintada de rojo o sentarme en
primera fila a ver una película educativa para niños después de que la
“monjita” nos obligara a comer trigo en esas bandejas grandes de plástico;
pobre del que no comía todo porque no te dejaban entrar a la sala de cine, no sé
cuántas veces escondí la bandeja con trigo en los cajones de la carpeta…empecé
a acostumbrarme a aquella aula de grandes ventanas rotas, a aquel patio lleno
de tierra, aquel patio donde por seis años jugaría con “los churres” y “el”
César corría a alcanzarme al verme cruzar aquel portón de fierro que la Sra
Segunda abría cada mañana… el portón de aquel colegio que por siempre, llevaría
en mi corazón…